UN TESORO ANTIGUO

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UN TESORO ANTIGUO

Si algo agradezco a la vida es haberte tenido siempre cerca, en lo bueno y en lo malo. Son ya muchos años, y me conoces bien. Sabes que no soy de escribir cartas. Pero en este momento, creo que me expresaré mejor por este medio.

Siempre fuiste un poco orgulloso, ya te lo he dicho muchas veces. Ese orgullo ha jugado a tu favor cuando se trataba de no dejarte pisar por nadie, en esas empresas tuyas tan competitivas. Aunque a veces te haya cerrado puertas que merecías haber abierto. Una carrera espectacular.

Juan, tú eres mi mejor amigo, y por eso sé que te duele. Si te han despedido, no es porque te falte capacidad. Sé que tras esa cara de “aquí no pasa nada” hay vergüenza, orgullo herido, y hasta un rastro de rabia. A nuestra edad, esto no es una cosa más.

—¡Mamá, mira lo que he encontrado de papá!

Ella se acerca, toma la carta y empieza a leer en voz alta, casi recitando, con la hija a su lado.

Esa rabia puede ser un motor si la encauzas, o plomo si dejas que te gobierne. Creo que ahora toca pelear distinto: ordenar lo que sabes, pedir ayuda donde antes no lo hiciste, aceptar que el mundo ha cambiado y que eso exige otras formas de vender lo que vales. Nada fácil, seguro, aunque muy posible. Pero solamente si digieres esos sentimientos que sé que te abaten.

Espero que comprendas la razón por la que escribo esta carta, y que no es otra que evitarte el trago de sincerarte ahora. Si estoy equivocado, solo tienes que quemar este papel. Que sepas que estaré siempre contigo para lo que necesites.

Tras pronunciar las últimas palabras, la habitación se convierte en una sombría cueva. Baja el papel y lo mira con la misma incredulidad con que miraría una foto antigua: palabras de la mano de él con esa caligrafía tan familiar.

—Tenemos que comentarlo con Juan —dijo la hija al fin—.

Ella tardó en responder. Sabía que hacerlo sería abrir otra herida, pero también que callar sería como una traición.

Al poco, quedaron con él una tarde, en su casa. Juan les abrió la puerta con los ojos cansados de un largo día de trabajo. Se saludaron con abrazos breves, y pronto ella sacó la carta del bolso.

—Es de papá —dijo la hija, como si fuera una reliquia—. Era para ti. La encontramos entre sus cosas.

Miró a ambas, imaginando lo que había en aquel sobre viejo, sacando su contenido con cuidado. Guardó silencio mientras lo desplegaba con dedos temblorosos.

Juan respiró hondo. Se levantó, fue hasta un cajón del aparador y sacó un sobre idéntico, con un sello de los de antes. Lo dejó sobre la mesa al lado del que acaban de darle. —Lo sé —dijo con calma—. Esa carta ya la recibí. Nunca quise enseñarla. Fue un tesoro que me sacó de un pozo oscuro.  Nadie más que tu padre se habría atrevido a decirme esto. Descanse en paz.

Alcobendas, septiembre de 2025